En los últimos meses y semanas estamos asistiendo a un exposición pública de la convicción, en la comunidad científica internacional, de que el vapeo o consumo de cigarrillos electrónicos, ampliamente extendido sobre todo en adolescentes y adultos jóvenes, ejerce una serie de efectos patológicos altamente nocivos para los seres humanos y está lejos de ser una técnica inocua que contribuye a la cesación del hábito tabáquico, como postulan algunos de sus defensores. A este respecto, son diversos los estudios que se están publicando relativos al perjuicio en la salud por el vapeo a largo plazo, sobre lo cual hasta ahora los datos eran muy limitados, ya que el análisis toxicológico preclínico o de seguridad a largo plazo ha sido deficiente.
Un trabajo de revisión bibliográfica desarrollado en los Estados Unidos, por ejemplo, ha evaluado la evidencia disponible –y divulgada entre 1970 y junio de 2019– en relación a esta problemática (consumo de tabaco y de cigarrillos electrónicos) en las principales bases de datos de información biomédica (PubMed/Medline, EBSCO y PsycINFO). De los más de 3.000 artículos encontrados, los autores seleccionaron 129. Los resultados de la revisión confirman el rol clave del estrés oxidativo como factor molecular que subyace al perjuicio generado por el consumo de tabaco, pero que ha sido también asociado con el consumo de cigarrillos electrónicos.
Parece demostrado que el cerebro en desarrollo –por ejemplo, en adolescentes– resulta particularmente vulnerable al daño por estrés oxidativo; así, el consumo a largo plazo de cigarrillos electrónicos podría desempeñar cierto papel en desajustes sociales de los adultos jóvenes, incluyendo problemas con el rendimiento académico y el aprendizaje/memoria, alteraciones de la conducta (agresividad o impulsividad), mala calidad de sueño, déficits cognitivos y de atención o trastornos depresivos. Los autores destacan, además, que muchos de los componentes de los nuevos vapeadores, como los compuestos saborizantes, los líquidos empleados (que incluyen compuestos tipo propilenglicol o glicerina), el propio vapor generado e inspirado o la bobina metálica contribuyen a la generación de estrés oxidativo, de forma que tanto aquellos que incluyen nicotina como los que no pueden ejercer efectos perjudiciales.
También han empezado a divulgarse estudios sobre los hallazgos fisiopatológicos de la enfermedad provocada por el vapeo. Las presentaciones clínicas más frecuentes en usuarios de los cigarrillos electrónicos (en su mayoría varones jóvenes) –frecuentemente combinados con el consumo de tabaco o cannabis– se relacionan con lesiones pulmonares agudas, incluyendo neumonitis fibrinosa aguda, daño alveolar difuso o neumonía organizada, generalmente bronquiolocéntrica y acompañada de bronquiolitis. Aunque no se han observado hallazgos histológicos específicos, se ha descrito la presencia de macrófagos espumosos y la vacuolización de los neumocitos, que podrían representar claves diagnósticas; la presencia de neutrófilos es a menudo prominente, pero la de eosinófilos es rara y no suelen verse granulomas. También se ha prestado mucha atención recientemente a la posibilidad de que la lesión pulmonar asociada al vapeo pueda ser una neumonía lipoidea exógena.
En definitiva, por lo que se conoce hasta ahora, parece que la lesión pulmonar asociada al vapeo probablemente representa una forma de neumonitis química que afecta a las vías respiratorias (por las sustancias tóxicas inhaladas), aunque los agentes responsables siguen siendo desconocidos. Puesto que para el desarrollo de las principales morbilidades asociadas al tabaco (EPOC y cáncer) se requieren generalmente de varias décadas del hábito nocivo, habrá que esperar para conocer si los efectos respiratorios del vapeo crónico son iguales o diferentes a los de los cigarrillos convencionales.