El hecho de que la práctica totalidad de tratamientos disponibles para cualquier tipo de cáncer son notablemente más eficaces cuando se administran en las fases tempranas del desarrollo tumoral está de sobra contrastado. El principal reto terapéutico en muchos tumores es, precisamente, conseguir técnicas –o, incluso, medicamentos– que permitan su diagnóstico en fases tempranas, antes incluso de que aparezca la sintomatología, la cual puede ser inespecífica o no dar la cara hasta fases avanzadas (estadios III o IV) en muchos tipos de cáncer, complicando el tratamiento y reduciendo la esperanza de vida.
El reciente estudio DETECT-A, prospectivo e intervencional, realizado en Estados Unidos en 10.006 mujeres de entre 65 y 75 años sin historia ni diagnóstico de cáncer (completaron el estudio 9.911), ha evaluado entre septiembre de 2017 y mayo de 2019 la viabilidad y la seguridad de las pruebas de sangre multicancerígenas junto con las imágenes PET-CT (tomografía por emisión de positrones-tomografía computarizada) para detectar el cáncer. En concreto, el test sanguíneo empleado (versión desarrollada del llamado CancerSEEK, aún no disponible para el público general) analiza 16 genes en el ADN circulante y los niveles de 9 proteínas vinculadas causalmente a múltiples tipos de cáncer. Con una sensibilidad que se estimó en el 31%, dicho test permitió detectar inicialmente 26 casos de cáncer en 10 tipos de órganos diferentes (2 linfomas, 2 colorrectales, 1 de apéndice, 2 uterinos, 1 tiroideo, 1 de mama, 9 de pulmón, 6 de ovario y 1 de origen primario desconocido), 7 de los cuales actualmente no disponen pruebas de detección estándar. De los 26 casos, 15 pacientes fueron sometidas a imágenes PET-CT para su confirmación independiente y 12 tumores fueron extirpados quirúrgicamente con intención curativa; el test sanguíneo seguido de PET-CT mostró una especificidad del 99,6%, y la mayoría de los tumores (65%) se detectaron en un estadio inicial (local o loco-regional), lo que facilitó que 12 de las 26 pacientes inicialmente positivas se mantuvieran en remisión y 8 con enfermedad estable a los 9 meses tras el diagnóstico.
Adicionalmente, otros 24 tumores fueron detectados por el cribado estándar de atención sanitaria (mamografía, colonoscopia, etc.), y 46 más por otros medios. Por tanto, del total de 96 casos de cáncer diagnosticados durante el periodo de estudio, más de la mitad se detectaron por pruebas de screening: al incorporar el análisis de sangre, el porcentaje de diagnóstico mediante estas pruebas de cribado aumentó del 25% al 52%. Hay que subrayar, además, que el grado de satisfacción entre las participantes del estudio fue muy elevado. Las pacientes, tanto positivas como negativas en el test sanguíneo, serán monitorizadas por los investigadores durante 5 años, siendo probable que se hallen más casos de cáncer que eran demasiado pequeños para su detección en la primera prueba.
Debemos destacar que este método –la primera vez que una biopsia líquida se usa de rutina en la práctica clínica oncológica– permitió detectar precozmente tumores como los de ovario, que generalmente se diagnostican en etapa avanzada. Así, parecería lógico que las pruebas de sangre se puedan incorporar a la práctica asistencial sistemática para complementar el screening habitual, al menos, para los cánceres más comunes, como mama, colon y pulmón, tumores en los que demostraron incrementar la sensibilidad del screening de un 47 al 71%.