Uno de los principales retos de los tratamientos farmacológicos consiste en obtener la máxima respuesta terapéutica al tiempo que se minimizan los efectos adversos y colaterales. En este sentido, hace escasas décadas surgieron los nanomedicamentos, los cuales ofrecen la posibilidad de modificar los procesos de absorción, distribución, metabolismo y eliminación de los fármacos. El primero de ellos en ser aprobado, por la agencia reguladora estadounidense Food and Drug Administration (FDA), fue Doxil® (doxorrubicina), en 1995.
Los nanomedicamentos son sistemas moleculares integrados por varios componentes distintos (el principio activo y uno o varios excipientes u otros materiales), diseñados a nanoescala (1-100 nanómetros), con el fin de aplicar la nanotecnología a la prevención, el diagnóstico y/o el tratamiento de enfermedades. Son medicamentos en los que el fármaco está incluido en un nanotransportador, permitiendo su dirección selectiva al lugar de acción y la cesión controlada de los principios activos o la modulación de su tráfico intracelular.
Determinados tratamientos con fármacos que presentan limitaciones de solubilidad, de permeabilidad o que requieren de su encapsulación por diferentes motivos, podrían beneficiarse del desarrollo de nanomedicamentos, pero también aquellos inestables (como los usados en terapia génica), con toxicidad elevada (como los citotóxicos) o que necesitan el ajuste del perfil de cesión a ciertos biomarcadores indicativos de la patología o que dependen de los ritmos circadianos.
Adicionalmente, la aplicación de estas estrategias terapéuticas nanotecnológicas al diseño de sistemas teranósticos (tecnologías que combinan diagnóstico con terapia y evaluación de la eficacia del tratamiento), es decir, los sistemas nanoteranósticos, entraña vías prometedoras en la medicina individualizada, a medida de cada paciente, logrando, incluso, la monitorización continua de su enfermedad.
La manera más habitual de formular los nanomedicamentos es como formas farmacéuticas líquidas de naturaleza coloidal, siendo la parenteral la vía de administración más empleada, aunque existen otras, como la oral o la nasal para acceder al sistema nervioso central, las cuales están ganando importancia actualmente.
Existen diferentes tipos de nanomedicamentos: los denominados nanotransportadores muchoadhesivos, que son aquellos que facilitan únicamente los procesos de disolución y absorción, manteniendo la secuencia LADME (liberación, absorción, distribución, metabolismo y excreción) clásica, pero dando lugar a una mayor biodisponibilidad y a la degradación del nanotransportador; y los que vectorizan el principio activo a órganos, tejidos o células concretas (conduciendo a una distribución selectiva previa a su liberación y a la modificación, por tanto, de las etapas de liberación, absorción y distribución), que son los denominados nanotransportadores mucopenetrantes.
Dentro de los nanomedicamentos, las nanopartículas de fármaco puro individualizadas presentan características de interés, como una mayor rapidez de disolución, una solubilidad aparente más elevada, una mayor adherencia a las mucosas y, por tanto, un mayor tiempo de permanencia en el lugar de aplicación y un incremento en la penetración en el tejido, así como mayor estabilidad física y química. El resultado final de todo ello es una mayor biodisponibilidad del nanomedicamento.
Por su parte, los nanomedicamentos para vectorización buscan incrementar la eficacia y la seguridad de los fármacos al actuar a diferentes niveles del tránsito de los fármacos en el organismo. Por ejemplo, para evitar efectos secundarios sistémicos, se puede recurrir a la encapsulación de principios activos a dosis altas en nanotransportadores que no los liberan en la circulación sanguínea. Esto permite eludir o minimizar el riesgo de sobrepasar la concentración máxima tolerable del fármaco libre en sangre, de manera simultánea a prolongar su tiempo de permanencia en el organismo, espaciar sus dosis y disminuir la toxicidad derivada de la exposición de otros tejidos.
Pese a que la gran mayoría de los nanomedicamentos presentan en su composición, como principios activos, moléculas de origen sintético, se está produciendo un incremento del número de ellos que se basan en macromoléculas biológicas, como anticuerpos, material genético o enzimas. Debido a la complejidad y heterogeneidad de los nanomedicamentos, su proceso regulatorio es también más complicado, pues es más difícil la estandarización de los criterios de calidad.
Una vez ha finalizado el periodo de comercialización exclusiva de un nanomedicamento, al igual que los medicamentos más tradicionales, éstos entran en el proceso de desarrollo de genéricos, los cuales se denominan, en estos casos, nanosimilares. Sin embargo, su compleja farmacocinética y farmacodinamia suponen una mayor dificultad a la hora de intercambiar o sustituir un nanomedicamento de referencia por su nanosimilar y la necesidad de llevar a cabo un análisis más exhaustivo de cada caso. Para ello, se debe recurrir a diferentes evaluaciones de la calidad, ensayos preclínicos y clínicos e, incluso, las propias agencias reguladoras fomentan el trabajo de distintos grupos de expertos en estas materias.
En definitiva, el incipiente auge de los nanomedicamentos ha supuesto una de las revoluciones más ventajosas en terapéutica, permitiendo la distribución selectiva y la liberación controlada de fármacos en el organismo, al tiempo que se reducen los efectos secundarios. Sin embargo, pese a su versatilidad y a las patentes ventajas que presentan, aún suponen un campo en pleno desarrollo. Su abordaje desde una perspectiva multidisciplinar, junto con el incremento de la evidencia científica actual impulsarían la Nanomedicina, con los grandes beneficios que esto conllevaría para el paciente.