La toxoplasmosis es una enfermedad producida por Toxoplasma gondii, un parásito intracelular de la familia de los coccidios. Es una de las enfermedades parasitarias más comunes en los animales y en el hombre, dando lugar a una zoonosis que si bien cursa normalmente asintomática o con síntomas leves, puede tener importantes consecuencias sobre el feto en mujeres gestantes o pacientes inmunodeprimidos.
Los hospedadores definitivos del parásito, es decir, aquellos animales en los que T. gondii se reproduce sexualmente, son algunas especies de la familia Felidae, principalmente los gatos. La prevalencia viene condicionada por muchos factores, especialmente por la ingesta de hospedadores intermedios (roedores, pájaros, etc.). Por ello, esta enfermedad es más común en los gatos callejeros y silvestres que en los gatos domésticos.
La toxoplasmosis en gatos suele ser asintomática. De hecho, no se observa ningún síntoma específico que pueda advertir sobre la presencia de la enfermedad. Las manifestaciones clínicas, entre las que se incluyen apatía, falta de apetito, fiebre, tos, diarrea y dificultad para respirar, entre otras, suelen estar presentes, principalmente, en gatos de menos de 2 años, debido al pobre desarrollo de la respuesta inmunitaria a esta edad. Además, en ocasiones, puede incluso provocar la muerte.
Como consecuencia de ello, la mejor forma de identificar si un gato presenta o no esta enfermedad es mediante la detección de formas activas del parásito en muestras de tejido (ganglios linfáticos, tejido muscular o cerebral) tomadas mediante biopsia. También se puede determinar mediante serología, con la que se pueden detectar inmunoglobulinas de tipo G, las cuales estarán aumentadas entre las 4 y las 6 semanas posteriores a la infección; o mediante la identificación de ooquistes en las heces. Sin embargo, estas dos últimas pruebas no darían lugar a un diagnóstico definitivo de toxoplasmosis clínica activa, ya que la esporulación de los ooquistes y la seroconversión ocurren tanto en los casos clínicos como en los gatos asintomáticos.
Además, hay que tener en cuenta que T. gondii no puede ser eliminado totalmente del organismo, por lo que es posible que ocurran recaídas de la enfermedad.
El tratamiento clásico se basaba en la combinación de sulfadiazina y pirimetamina. Sin embargo, en la actualidad, el tratamiento de elección es la clindamicina, a una dosis de 10 – 12 mg/kg cada 12 horas por vía oral durante 4 semanas.
En cuanto al desarrollo clínico de la enfermedad en el ser humano, cabe destacar que también cursa como una enfermedad asintomática o con síntomas muy leves. Muchos estudios demuestran que tener un gato como mascota o el contacto directo con estos animales NO constituye un mayor riesgo de adquirir toxoplasmosis. La mayoría de los casos de infección por T. gondii se deben a la ingesta de carne poco cocinada o manipulada con poca higiene y que está infectada por el parásito, así como por el contacto directo con las heces infectadas de los gatos. Por ello, la mejor manera de evitar la infección por este parásito en los gatos es seguir las siguientes medidas mínimas de higiene:
- Cocinar adecuadamente la carne, evitando alimentos crudos o poco cocinados.
- Tras manipular alimentos crudos, lavarse adecuadamente las manos, así como los utensilios y las superficies empleadas.
- Lavar cuidadosamente todos los vegetales.
- Utilizar guantes cuando se manipule tierra que pueda estar contaminada con heces de gatos.
- Limpiar la bandeja de arena del gato diariamente, desinfectándola con agua hirviendo.
- Evitar que los gatos domésticos cacen.