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Farmacia con arte

El botiquín de Lord Byron

  • 5 marzo 2024
  • María del Mar Sánchez Cobos
  • Tiempo de lectura 9 minutos

Al acercarnos a la Italia meridional, el olor del limonero impregna el paisaje. Se asoman los olivos a las aguas turquesas del golfo, que enamora a quien tiene la dicha de contemplarlo. Sonetos, rimas, versos y estrofas danzan al compás de las olas. El golfo hace honor a su nombre.

El Golfo de los Poetas baña las costas de Liguria en Italia en la cercanía de las míticas “Cinque Terras”, cuyos pueblos de pescadores reflejan sus casas multicolores en el mar. Aunque hoy día estén saturados por el turismo, aún mantienen el sabor que hechizó a los poetas y viajeros románticos cuando visitaron sus recoletos y pintorescos puertos. Entre los personajes que dejaron aquí su indeleble huella destaca el gran poeta inglés Lord Byron.

George Gordon Byron nació en Londres en 1788. Elegante, de gran personalidad y talento, su fama ha trascendido a través de los años convirtiéndose en el paradigma del héroe romántico por excelencia. Poeta maldito, su vida estuvo jalonada de escándalos y excesos, infidelidades y adulterios. Vivió siempre envuelto en la polémica. Célebre es su estancia en el lago Leman durante el extraño verano de 1816. El verano que nunca lo fue, debido a la erupción en Indonesia del volcán Tambora. Día tras día, el cielo permanecía cubierto; los aguaceros se habían instalado en el paisaje y el viento agitaba los árboles con verdadera pasión invernal. Byron, junto a su médico John Polidori, coincidió con los escritores Mary y Percy Shelley en la “Villa Diodati”. Durante esas fechas para ahuyentar el aburrimiento inventaron las historias de terror más famosas de la época: Frankestein y el Vampiro.

George Gordon Byron nació en Londres en 1788. Elegante, de gran personalidad y talento, su fama ha trascendido a través de los años convirtiéndose en el paradigma del héroe romántico por excelencia.

Allí se gestó la amistad del poeta con los Shelley con los que pasó temporadas en la costa genovesa, en el bello golfo de la Spezia o de los Poetas. Sus acantilados, islitas, grutas y pueblos amurallados junto al mar, dibujan paisajes de agua donde las barcas se dejan mecer por la corriente. Un rincón donde el mar se muestra atemporal y evocador; sublime y romántico como ellos.

Byron, según su maestro el Dr. Drury, “tenía alma y fuego en los ojos”. Su espíritu era corsario, temperamental y aventurero. Mucho antes de su exilio voluntario en Italia, debido a sus escándalos y convicciones contrarias a la política inglesa, a los 21 años había emprendido el tradicional Grand Tour, viaje que los jóvenes adinerados realizaban por Europa. Byron eligió un itinerario poco habitual, que lo lleva por Portugal, España, Malta y Turquía. Durante el viaje escribe el poema que lo hizo mundialmente conocido: “Las peregrinaciones de Childe Harold”.

Otra de sus grandes obras fue el poema satírico “Don Juan” inspirado en la leyenda del Tenorio. ¿Estará de alguna manera relacionado con la estancia del poeta en Sevilla en 1809? Byron se alojó en pleno Barrio de Santa Cruz en la calle Cruces 19, hoy Fabiola; quedó prendado de la ciudad y de su catedral “la más hermosa que había visto”. Allí fue requerido de amores por la dueña del establecimiento, “doña Josefa”, quien fue elegantemente rechazada. Abandonó el perfume de los naranjos para respirar el salitre marino de la “tacita de plata”, donde compartió un palco en la ópera gaditana con una bella joven, hija de un almirante, para la que parece que compuso “The Girl of Cádiz”.

El Grand Tour fue considerado el viaje hacia el conocimiento. Imprescindible en la educación de los jóvenes, especialmente los británicos de alto nivel económico. Aprender, observar, entender las costumbres de otros lugares, como experiencia vital. El filósofo Francis Bacon, en el siglo XVI, y el sacerdote católico Richard Lassels en el XVII, dieron el impulso definitivo al proyecto formativo, con la publicación de sendas guías de viajes. Aunque no fueros los ingleses e irlandeses los únicos que viajaron por Europa en esos tiempos. La literatura de viajes vivió su edad de oro, siendo “El Viaje a Italia” de Goethe uno de sus mayores exponentes. Italia, sus ruinas, templos y volcanes, junto a la travesía de los Alpes fueron sin duda los lugares que más impresionaron a los ilustres viajeros. Parajes fértiles en belleza e historia. Tierras donde revivir los grandes momentos épicos que relataron los rapsodas.

El Grand Tour fue considerado el viaje hacia el conocimiento. Imprescindible en la educación de los jóvenes, especialmente los británicos de alto nivel económico. Aprender, observar, entender las costumbres de otros lugares, como experiencia vital.

Ebrios de aventura, en sus cuadernos pintaban acuarelas, bocetos o carboncillos, tomaban nota de todo lo que les venía a la mente en cualquier rincón que visitaban: Florencia, Nápoles, Venecia, la antigua Roma, Pompeya y Herculano o la Villa de Adriano en Tívoli, evocaban las más intensas emociones. Compraban mármoles, terracotas, relieves, esculturas, no siempre auténticas.

Durante la fase más activa del Grand Tour, a finales del siglo XVIII, y debido a la guerra entre Inglaterra y Francia por la guerra de independencia de las colonias americanas, tuvo lugar la captura por parte de dos buques franceses de la fragata Westmorland. Esta nave transportaba además de salazones, licores y productos medicinales como el maná (liquido ligeramente azucarado de origen vegetal), piezas de todo tipo: antigüedades, bustos, libros, pinturas y acuarelas de paisajes recogidos por viajeros del Grand Tour. El buque había partido de Livorno con destino a Inglaterra, fue conducido al puerto de Málaga; su mercancía fue adquirida por Carlos III, para que formara parte de la Colección de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En 1752 esta Academia organiza un sistema de pensiones para que arquitectos, escultores y pintores tengan la oportunidad de viajar a Italia, especialmente a Roma y completar su aprendizaje. Leandro Fernández de Moratín fue uno de los españoles que disfrutaron del Grand Tour en su época dorada. También ellos llevaban un cuaderno donde dibujaban y anotaban sus impresiones. Uno de los cuadernos más importantes es sin duda el “Cuaderno Italiano” de Goya. Viajes narrados. Diarios que nos han permitido conocer de primera mano las aventuras y desventuras de estos primeros “turistas”.

Teniendo en cuenta la duración de estos peregrinajes, los equipajes eran muy complejos: ropas cómodas y de fiesta, libros, mapas y guías, calzados de suela de corcho, ropa de cama, de abrigo y artículos de cocina. Aquellos que iban a atravesar los Alpes llevaban zapatos o botines herrados así como bastones con punta. Calzas de piel o polainas para ahuyentar a los insectos, así como el uso del vinagre en la cara, pies y manos para alejar a las moscas. Importante sin duda era el neceser-botiquín con productos para purificar el agua, tratar vómitos o diarreas, así como un pequeño mortero, y preparados para curas básicas.

Sabemos que de la palabra Botica viene el diminutivo “botiquín”: mueble, caja o maleta para guardar medicinas o transportarlas a donde convenga.

Sabemos que de la palabra Botica viene el diminutivo “botiquín”: mueble, caja o maleta para guardar medicinas o transportarlas a donde convenga. Desde tiempos inmemoriales el ser humano se ha desplazado de un lugar a otro. Nunca faltó en su equipaje una farmacia portátil. Desde los botiquines prehistóricos repletos de las plantas medicinales hasta los más sofisticados que viajan al espacio, suelen estar destinados al tratamiento de lesiones menores. Aunque lógicamente no es igual hacer una travesía marítima o terrestre que un viaje a Marte.

Normalmente están especificados en función de la actividad que se realice. En el caso de los caminantes y peregrinos a pie no pueden faltar apósitos, tiritas, antisépticos, colirios, analgésicos y antiinflamatorios. En las grandes expediciones marítimas de los siglos XV y XVI, las naves llevaban remedios y compuestos para aliviar los males que pudieran acontecer durante las mismas. El botiquín que llevó Magallanes en su famosa vuelta al mundo ha sido catalogado e identificado gracias al trabajo “La botica en la expedición de Magallanes y Elcano” de nuestro compañero Cecilio J. Venegas, en colaboración con Antonio Ramos.

El mundo se hizo más grande. Los viajeros del siglo XIX eran exploradores, científicos o simplemente amantes del conocimiento. La realeza y la aristocracia se mueven por Europa para asistir a bodas, conciertos, reuniones, actos sociales y con ellos aparece el concepto del “lujo nómada”. Así por ejemplo, en sus viajes, la Reina Isabel II de España siempre transportaba consigo las medicinas recetadas y preparadas para ella en la Real Botica. Y salvando la distancia en el tiempo, Isabel II de Inglaterra, llevaba una bolsa de suministro de sangre de su grupo sanguíneo.

1824. Byron, el héroe romántico, viaja con la mirada de Ulises en el alma, sigue los ecos milenarios del poema homérico. Va a Grecia a luchar por la independencia de un país que no es el suyo. Quiso morir luchando, prolongar su juventud. Pero cae enfermo de fiebres, las sangrías a las que es sometido, lo van debilitando y a pesar ser tratado con los medicamentos de la farmacopea local, el 19 de abril a los 36 años, se duerme para siempre ¡Nadie escapa a su destino!

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