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Farmacia con arte

Los albarelos de Sorolla

  • 10 marzo 2023
  • María del Mar Sánchez Cobos
  • Tiempo de lectura 9 minutos

Posados sobre un mueble del estudio del maestro, la luz cenital los ilumina de vez en cuando. Son más de una docena, de distinto tamaño y procedencia. Parecen los protagonistas de un bodegón: son los albarelos de Sorolla.

Estos botes de farmacia contienen una esencia muy poderosa. Las armas del pintor: sus pinceles. Los pinceles que en manos de Sorolla llevaron la luz del sol y el azul del mar a los lienzos. Luz y color, atrapados para siempre; para brillar en cualquier rincón del planeta, puesto que la obra del gran pintor valenciano se encuentra repartida en gran parte del mundo, en instituciones, museos y colecciones particulares. Pinceles que han sentido el suspiro del mar; que quieren navegar entre las olas; cabalgar sobre la espuma blanca; ser una gota deslizándose sobre la piel; la arena bajo los pies de un niño; trazar el vaivén de una vela marinera; insuflar el viento que desordena los cabellos… !Y viajar en manos del artista!

Muy joven empezó su formación como pintor en la Real Academia de San Carlos de Valencia, que compaginaba con su trabajo como iluminador de fotografías en el taller de Antonio García Peris.

Joaquín Sorolla nació en 1863. A los dos años quedó huérfano y fue criado por sus tíos. Muy joven empezó su formación como pintor en la Real Academia de San Carlos de Valencia, que compaginaba con su trabajo como iluminador de fotografías en el taller de Antonio García Peris. Allí conoció a Clotilde, hija del mismo, con quien se casó en 1888. Fue un matrimonio muy unido. Gracias a su extensa relación epistolar conocemos multitud de detalles de su vida familiar. Sorolla viajó muchísimo.

En su juventud pasó temporadas estudiando en Roma, Paris y Londres. Posteriormente se instala en Madrid, aunque siempre suspiró por volver a vivir entre sus naranjos. Ama pintar la naturaleza que se transforma continuamente y para él hasta la sombra tiene luz. En 1906 es reconocido internacionalmente y en 1911 compra la casa de sus sueños, un lugar donde poder trabajar y vivir con su familia. El palacete sito en la calle Martínez Campos, (actualmente Museo Sorolla), es un oasis en medio de la ciudad. Joaquín se encargó personalmente de su decoración y diseño. El jardín dividido en tres espacios tiene aires de la Alhambra y del Alcázar sevillano. Entre flores y arrayanes, estatuas y columnas, arrullados por el sonido de las fuentes y el colorido de los azulejos, Sorolla solía invitar a sus amigos a ricas paellas valencianas. Porque Sorolla tenía un sin fin de amigos.

Amigos valencianos como Blasco Ibáñez y Benlliure. Franceses como Pedro Gil Moreno de Mora o madrileños como Beruete quien lo introdujo en los ambientes intelectuales. Conoció y retrató a Alfonso XIII, Galdós, Ginés de los Ríos, Unamuno, Baroja y María Guerrero, entre otros. Uno de los retratos más famosos es el de su amigo y médico personal, el doctor Luis Simarro. Es un maravilloso cuadro titulado Una investigación, en el cual Sorolla capta el ávido interés de los discípulos y compañeros del doctor ante un descubrimiento científico, en un ambiente de penumbra donde un solo punto de luz ilumina al investigador rodeado de frascos y reactivos. Al premio Nobel Ramón y Cajal lo pinta con una elegante capa junto a sus libros y un detalle de un corte trasversal del cerebelo, aludiendo a la especialidad como histólogo del personaje.

Numerosos médicos posaron para su amigo Joaquín. Rostros creados bajo un prisma velazqueño, maestro al que siempre admiró.

Numerosos médicos posaron para su amigo Joaquín. Rostros creados bajo un prisma velazqueño, maestro al que siempre admiró. Galería de galenos: oftalmólogos como Rafael Cervera; el dermatólogo Jaime González, su gran amigo de Jávea, al que admiraba profundamente además de por su ciencia, por su grandeza de alma; urólogos como el Dr. Albarrán, quien lo operó de próstata o su alumno Enrique LLuria. Al doctor Joaquín Decref y Ruiz, cubano como los dos anteriores y responsable de la introducción de la medicina rehabilitadora y la fisioterapia en España, lo pinta con un elegante traje gris que resalta su mirada melancólica. Por el contrario, al patólogo Amalio Gimeno lo sitúa en un florido jardín. Importante es mencionar a los médicos de la familia: Rodríguez de Sandoval y Medinaveitia. Así como al Dr. Marañón, alumno de este último, a quien retrata con una escultura realizada por su hija Helena Sorolla.

Como vemos, la relación de los profesionales de la medicina con Sorolla a lo largo de su vida fue muy especial, aunque también la tuvo con destacados farmacéuticos. Uno de ellos fue Joaquín Rosado Munilla, primo segundo de Ortega y Gasset. Escritor, editor y farmacéutico, tenía una farmacia en el nº 4 de la plaza Mayor de Plasencia. Considerado como uno de los valores intelectuales de Cáceres, fue subdelegado de Farmacia. La prensa de la época destaca su disertación sobre la heroína «Doña María la Brava», en el Ateneo, en febrero de 1928. Nuestro artista lo conoció con motivo de su visita a dicha localidad en 1917, cuando realizaba por aquellas tierras parte de la colosal empresa que le había encargado el hispanista Archer M. Huntington. Durante su estancia allí solían ir juntos al cine de la ciudad y posteriormente mantuvieron correspondencia postal.

El panel dedicado a Extremadura, “por sus personas y por el hermoso conjunto de la ciudad de Plasencia iluminada por el sol de la tarde”, había dejado muy satisfecho al pintor. Este fue uno de la serie de grandes paneles al óleo que bajo el título de Visión de España iban a decorar la biblioteca de la Hispanic Society de Nueva York, propiedad del propio Huntington. Con este objeto, decidió viajar por toda España desde 1912 a 1919, para tomar apuntes “in situ”.

En una de estas pequeñas calles se encuentran la botica y la casa de Platón Páramo, hombre ilustre donde los haya.

La primavera de 1912 se muestra en todo su esplendor cuando Sorolla llega a la encantadora villa medieval de Oropesa, con objeto de retratar a los tipos populares lagarteranos. Queda impresionado por el paisaje de la Sierra de Gredos, que se alza tras la extensa llanura; por las callejuelas estrechas salpicadas de iglesias y sus casas solariegas, y por el impresionante castillo que actúa de centinela: el Palacio de los Álvarez de Toledo. En una de estas pequeñas calles se encuentran la botica y la casa de Platón Páramo, hombre ilustre donde los haya. Político, fue alcalde de Oropesa y gobernador de Santander. Farmacéutico de oficio, se doctoró con la tesis “la recolección de los vegetales y sus partes para uso medicinal”; gran coleccionista de antigüedades, experto en cerámica de Talavera, e íntimo amigo del ceramista y fotógrafo Ruiz de Luna.

Páramo acogió en su casa al pintor durante su estancia en la población, le dio consejos de como curar su reuma (salicilato y agua salada), e incluso puso a su disposición su coche de caballos. Sorolla en agradecimiento le hizo un interesante retrato sobre la paleta que utilizó esos días. La casa es hoy día un precioso hotel rural que gracias a su actual propietario, José Luis Jiménez Martín, ha conservado todo su sabor, en el que destaca el bello patio que mantiene una portada gótico-mudéjar, así como parte de los azulejos originales. Aquí se celebraban interesantes tertulias dentro de las corrientes intelectuales de la época, el 98 y el Krausismo, difundido a través de la Institución Libre de Enseñanza. Una de las características era la búsqueda de las raíces profundas de los pueblos, lo que se traduce en un afán de coleccionismo.

Sorolla va recogiendo en sus viajes las artesanías propias de los lugares, entre los que destacan las piezas de cerámica. Buscando tanto la decoración como su utilización práctica. Así que acostumbra a guardar sus pinceles en botes de farmacia.

Sorolla va recogiendo en sus viajes las artesanías propias de los lugares, entre los que destacan las piezas de cerámica. Buscando tanto la decoración como su utilización práctica. Así que acostumbra a guardar sus pinceles en botes de farmacia. Su colección consta de una treintena de albarelos. Encontramos siete decorados con temas vegetales en azul con fondo blanco procedentes de Teruel, que están datados principalmente entre 1700 y 1800; dos, provenientes de Zaragoza con líneas ondulantes y cartelas, también en azul y blanco. El grupo más abundante son los de Talavera de la Reina, dada su amistad con los Ruiz de Luna, en los que destacan los de tema heráldico de la Orden de los Jerónimos (león rampante), de la Orden Carmelita, Jesuitas (águila bicéfala), con el escudo del Monasterio de Guadalupe o de estilo Barein con orlas que imitan encaje o puntilla. En la colección no podían faltar los albarelos procedentes de Manises entre los que destaca uno que porta la característica «rosa gótica».

Recorrieron los pinceles el mundo en manos del artista. Conocieron sus pueblos, gentes y paisajes: contemplaron la Alhambra, y en Sevilla se sintieron nazarenos; dieron vida a las naranjas; respiraron el Cantábrico; capturaron la plata en forma de atunes; retrataron a grandes señoras e ilustres caballeros. También denunciaron la pobreza y el abuso de autoridad pintando el realismo social. Se enredaron en alhelíes y rosales amarillos, y cuando las manos cansadas del pintor ya no pudieron sostenerlos, regresaron a sus refugios de cerámica, a los preciosos albarelos que desde su rincón en la casa del pintor, ven pasar el tiempo orgullosos de su legado.

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