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Farmacia con arte

Nebrija: más allá de las palabras

  • 10 septiembre 2022
  • María del Mar Sánchez Cobos
  • Tiempo de lectura 8 minutos

Las palabras se posaron suavemente sobre las aguas del río Henares. Andaban un poco despistadas, tristes y desconsoladas. Su gran valedor, el insigne humanista, Antonio de Nebrija, acababa de exhalar su último suspiro. Corría el año del Señor de 1522.

El canto de las aves que pueblan las marismas del Bajo Guadalquivir acunaron al pequeño Antonio. Sus días infantiles transcurrieron en la localidad sevillana de Lebrija donde había nacido en 1444. Su verdadero nombre era Antonio Martínez de Cala. Se hizo Bachiller en Salamanca. Poseedor de una gran inteligencia y curiosidad por el saber, siendo muy joven, se encaminó hacia Bolonia realizando sus estudios en el Real Colegio de España. Es fácil imaginar a nuestro sabio resguardándose del frío en los extensos soportales que recorren el casco viejo de la ciudad o alzando sus ojos hacia las altísimas torres que engalanaban la urbe.

El canto de las aves que pueblan las marismas del Bajo Guadalquivir acunaron al pequeño Antonio. Su verdadero nombre era Antonio Martínez de Cala.

Eran tiempos luminosos donde el Renacimiento se abría paso. Tiempos en los que se veneraban la poesía, la oratoria, la gramática, el arte, la ciencia y la cultura. Allí se empapó del humanismo cristiano. Regresó a España de la mano del arzobispo de Sevilla, Fonseca, donde se preparó para la enseñanza de la lengua latina. Adoptó el sobrenombre de Elio Antonio de Nebrija. Nebrija, por el nombre latino de su Lebrija natal, y Elio, por la familia de los Elios, famosa familia de la antigua Roma, de la cual proceden los emperadores béticos, Trajano y Adriano.

A las orillas del río Tormes llegaban las alegres risas, los comentarios y retazos de conversaciones que estudiantes y profesores lanzaban al viento. Se hablaba mucho de un ilustre maestro que acababa de llegar a la Universidad de Salamanca. Nebrija ocupó la cátedra de Gramática en 1476. Renunciando a la carrera eclesiástica, casó con una dama salmantina: Isabel de Montesinos y Solís con la que tuvo, según parece, nueve hijos. Pronto publicó sus «Introduciones Latinae», conocida por los estudiantes como «el Antonio», manual muy popular y sencillo, cuyo propósito era introducir al lector al latín y que le sirvió de idea para la creación de su famosa «Gramática de la lengua castellana.”

En 1492, a la par que las tres carabelas partían al encuentro del Nuevo Mundo, el gran sabio español llega a la conclusión de que para estudiar bien el latín, es necesario aprender el castellano, y fija las reglas del mismo. Aunque en su momento fue una rareza, su importancia fue más tardía, e influyó en las gramáticas de otras lenguas vulgares, tales como la francesa, la alemana o la portuguesa. Nebrija le dedicó la «Gramática» a Isabel la Católica, y el saber popular le atribuye al insigne gramático la famosa divisa de «tanto monta, monta tanto». Asimismo alumbró dos diccionarios fundamentales y bilingües (castellano-latín, latín-castellano) que marcarán todos los diccionarios posteriores. Obras que abrieron un nuevo modelo en la enseñanza ya que- como él mismo señaló- muchas disciplinas, desde el derecho a la medicina, estaban en peligro al ser explicadas a partir de fuentes deformadas. Inteligente y audaz, orgulloso y ostentoso, se atrevió a penetrar en las demás ciencias y disciplinas escribiendo ensayos sobre cosmografía, botánica o medicina.

En 1492, a la par que las tres carabelas partían al encuentro del Nuevo Mundo, el gran sabio español llega a la conclusión de que para estudiar bien el latín, es necesario aprender el castellano, y fija las reglas del mismo.

La lengua es el instrumento del que se sirven los demás saberes. En la ciencia, han perdurado numerosas obras que reflejan los conocimientos adquiridos por la humanidad en el pasado: Hipócrates y su Corpus; Dioscórides y «de Materia Médica»; la extensísima obra de Galeno; el libro de los medicamentos de Marcelo de Burdeos, que vivió entre los siglos IV y V; los recetarios y herbarios de Casio Félix o Teodoro Prisciano; la enciclopedia de Cornelio Celio, la Historia natural de Plinio o el Canon de Avicena entre muchísimas otras. Si consideramos que todo este corpus de obras médicas han constituido la base en la que se han apoyado la enseñanza, la práctica médica y farmacológica durante siglos.

¿Qué hubiera sido de este legado científico si no se hubiese traducido desde sus fuentes primitivas en el mundo clásico? Este proceso se realizó de una forma paulatina en el que se fueron adaptando distintos criterios pedagógicos, influenciados por los diferentes periodos históricos o geográficos, así como las modificaciones lingüísticas. Todos estos textos han realizado un largo viaje hasta que llegaron al Renacimiento y de ahí se difundieron al mundo occidental: Grecia, Roma, Bizancio y el Islam, compilándose y traduciéndose en el Medioevo cristiano a través de las Escuelas de Salerno, Chartres y Toledo.

Ya en la Edad Moderna, en el humanismo renacentista, nacerá la figura del médico filólogo que se dedicará a depurar los textos. Entre ellos podemos nombrar a Miguel Servet, que además de su conocida obra sobre la circulación pulmonar, realizó un estudio que tuvo gran impacto, sobre la concocción y los jarabes. Y no podemos olvidar a la gran figura renacentista española, Andrés Laguna. Su obra más célebre es su versión castellana con comentarios de la Materia médica de Dioscórides; traducción clara y precisa que engrandeció el conocimiento del uso farmacológico de la botánica y que estuvo de actualidad durante tres siglos. La difusión del Dioscórides en España se debe en gran parte a la edición que Antonio de Nebrija publicó en Alcalá en 1518, a la que añadió un «lexicón» donde establecía la correspondencia en castellano, de los nombres griegos y latinos de las plantas que aparecían en el texto.

La difusión del Dioscórides en España se debe en gran parte a la edición que Antonio de Nebrija publicó en Alcalá en 1518, a la que añadió un «lexicón»

El maestro de Lebrija elaboró un arte de la propia lengua vulgar. Su regla de oro era: «se ha de escribir como se habla y hablar como se escribe». Sintiéndose profundamente español, sabía que la lengua iba más allá de las palabras. Porque la lengua es el vehículo de comunicación y diálogo que nos hizo humanos. Parece ser, que el gen FOXP2 está íntimamente relacionado con el lenguaje. Y aunque los expertos no se ponen de acuerdo sobre el origen del mismo, es posible que la teoría del lingüista estadounidense Chomsky – de que la capacidad para aprender el lenguaje es innato en nuestra especie- sea cierta.

Más allá de las palabras están las ideas, que surgen de nuestro yo conceptual más profundo; la inspiración se puede transformar en palabras, porque estas van unidas a emociones y pensamientos. Y como dijo Platón- «son el canal por donde se transmite la semilla inmortal del conocimiento»-. Y los libros, afirmaba Borges,- son la creación más asombrosa del hombre, pues constituyen una extensión de su memoria e imaginación-.

Nebrija amaba las palabras por encima de todas las cosas; gran partidario de la imprenta, impulsó su uso en España y luchó por los derechos de autor. Riguroso en su hacer tuvo enfrentamientos con la Inquisición, al revisar y descubrir errores de traducción del texto de la Vulgata de San Jerónimo, pero sí le fue permitido participar en la traducción y publicación de la Biblia políglota complutense auspiciada por el cardenal Cisneros.

Nebrija amaba las palabras por encima de todas las cosas; gran partidario de la imprenta, impulsó su uso en España y luchó por los derechos de autor.

Cuentan que era de estatura mediana, bien proporcionado y se le recuerda con su bonete de paño de terciopelo, rodeado de libros, pluma en mano, enjuto el rostro, vivos los ojos y nariz corva y prominente. Siempre tuvo en su corazón a su gran mecenas, el último Maestre de la Orden de Alcántara, Juan de Zúñiga y Pimentel, a cuya corte literaria perteneció. Nunca olvidó sus estancias en Zalamea de la Serena, Villanueva de la Serena, Gata, Béjar, Plasencia, Sevilla o Granada que le permitieron cumplir sus sueños y anhelos. Su último destino fue la cátedra de Retórica de la Universidad de Alcalá de Henares.

Y las aguas del Henares, del Tormes y del Guadalquivir, hace cinco siglos ya, entonaron su más triste canción, para despedir a aquel amante y caballero de las letras quien a sus orillas tantas veces paseó. Hombre excepcional que había vivido por, para y más allá de las palabras.

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