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Farmacia con arte

Por el camino de los almendros en flor

  • 10 junio 2022
  • María del Mar Sánchez Cobos
  • Tiempo de lectura 7 minutos

Fiel a su cita, el heraldo de la primavera llegó entregando su flor primera. Entre sus ramas, se tropiezan las mariposas, que en su deambular los nuevos colores hacen brillar. Agreste y austero, adorna los caminos, es promesa de un manjar: la almendra que vendrá.

La floración de los almendros es siempre un alegre acontecimiento cuando sus flores blancas y rosadas llenan parques y caminos. Es el prunus más madrugador. Sentir el despertar de la primavera nos hace más felices y amables. Según los neurocientíficos, pasear bajo los árboles mejora los niveles de estrés. Y es que el mundo vegetal tiene mucho que enseñarnos. Señala Stefano Mancuso, director del Laboratorio Internacional de Neurología Vegetal de la Universidad de Florencia, que las plantas son capaces de intercambiar muchísima información, bien a través de las raíces en forma de impulsos, bien a través de moléculas liberadas a la atmósfera. Es un proceso de autoprotección ante posibles peligros para preservar el medio del cual depende su vida. Hablan entre ellas, y entre murmullos esperan la señal que les diga que el invierno ha terminado y que comenzará el buen tiempo.

La floración de los almendros es siempre un alegre acontecimiento cuando sus flores blancas y rosadas llenan parques y caminos. Es el prunus más madrugador.

El almendro será el primero en despertar de su sueño invernal. Le seguirán el cerezo, el ciruelo, el albaricoquero y el melocotonero. Todos ellos poseen características morfológicas semejantes: pertenecen al género Prunus. Gracias a sus frutos de gran calidad son viejos conocidos por la humanidad. El cerezo tiene su origen en el Mar Negro; su fruta, la dulce y carnosa cereza, es fuente de vitaminas A y C, rica en hierro y sales minerales. Desde el Valle del Jerte hasta el Japón, su floración es todo un acontecimiento festivo. El ciruelo da asimismo un fruto abundante en hidratos de carbono, vitaminas y es, al igual que las cerezas, laxante.

El melocotón y el albaricoque se cultivan en China desde tiempo inmemorial. El melocotonero es conocido como «el árbol de la vida» y su fruto redondeado de fina piel, tiene allí un simbolismo de protección e inmortalidad. Por su alto contenido en nutrientes y fibra, se puede usar como guarnición; en mermeladas; en almíbar; y principalmente en zumos.

Al igual que todos los alimentos, los prunus, especialmente el melocotón, pueden producir alergias. Las manifestaciones clínicas se localizan a nivel orofaríngeo o urticarias y posiblemente una gran mayoría de alérgicos al melocotón, lo son al polen. Es lo que se conoce como alergias cruzadas. Las reacciones alérgicas están relacionadas con la histamina y para contrarrestar los efectos se usan principalmente los fármacos antihistamínicos que actúan a nivel de los receptores H1. La primera sustancia con actividad antihistamínica (2 isopropil-5-metil-fenoxietil) dietil amina, la sintetizó un farmacéutico, el hispano francés Ernest Fourneau en colaboración con la bioquímica Anne María Staub en 1933, pero no fue hasta 1942 cuando se utilizó la fenbenzamina de forma terapéutica en humanos. La molécula de histamina había sido sintetizada in vitro por vez primera en 1907 por Windaus y Vogt. Posteriormente George Barger (químico nacido en Manchester) y Henry Dale (farmacólogo y fisiólogo londinense) la aislaron del cornezuelo del centeno (Claviceps purpurea) en 1910.

La primera sustancia con actividad antihistamínica (2 isopropil-5-metil-fenoxietil) dietil amina, la sintetizó un farmacéutico, el hispano francés Ernest Fourneau en colaboración con la bioquímica Anne María Staub en 1933

Entre las enfermedades asociadas a la histamina se encuentran ciertas enfermedades respiratorias que causan broncoconstricción, obstrucción nasal y asma bronquial. Hoy día ya se habla de antihistamínicos de tercera generación con claras ventajas farmacológicas sobre los anteriores.

Hace cien años moría el genial escritor francés Marcel Proust. Su novela, En busca del tiempo perdido, cuya lectura es todo un reto, es infinita en tiempo, espacio y evocación. Para aquellos que la conocen, el larguísimo relato (compuesto por siete volúmenes), quedará para siempre en su memoria. Es un retrato de la sociedad parisina decadente y sofisticada, pleno de referencias históricas. Un lienzo impresionista, donde los personajes entran y salen en escenarios llenos de nostalgia, y en el que como música de fondo se oye a Wagner, Chopin, Frank, Gounod o Mozart. Un soliloquio, donde el escritor relata el amor y los celos, la ansiedad, el tormento y el dolor. Sobre todo el dolor.

Su vida personal y literaria se vio afectada por el asma severa que padeció hasta su muerte. Su padre Adrien Proust fue un eminente patólogo y epidemiólogo. Su hermano Robert que también era médico, nunca olvidó la primera crisis asmática que padeció el pequeño Marcel cuando contaba con nueve años de edad y creyeron que iba a morir. Este fue el primero de los muchos episodios que de esta enfermedad sufrió el autor a través de su vida. Aunque tuvo algunos años de mejoría, el asma nunca le abandonó. Incluso empeoró debido a los tratamientos de la época consistentes en purgas, uso de cigarrillos para asmáticos, fumigaciones, alimentación solo de leche y aislamiento. Como se pensaba que era un problema nervioso fue asimismo tratado con tranquilizantes y tónicos y para contrarrestar su debilidad consumía grandes cantidades de cafeína, lo que le provocaba insomnio.

Su hermano Robert que también era médico, nunca olvidó la primera crisis asmática que padeció el pequeño Marcel cuando contaba con nueve años de edad y creyeron que iba a morir.

Un hombre que vivía entre el sueño y la vigilia, que fue capaz de narrar los placeres, las emociones y las situaciones cotidianas por medio de la memoria involuntaria, que es la que trae los recuerdos, plenos y vivos, como si el tiempo no existiese. Bien conocido es el episodio en el primero de sus volúmenes, «Por el camino de Swann», de la descripción de la magdalena en la que el protagonista recupera sus más tempranos recuerdos y sensaciones, al mojarla en un té caliente y degustarla.

En el quinto libro de la serie, «La prisionera», compara la memoria con una vieja botica: «En nuestra memoria hallamos de todo; es una especie de farmacia, de laboratorio químico en el que uno, al azar, toma ora una droga calmante, ora un peligroso veneno».

Prisionero de su padecimiento y aislado del mundo real, recordaba que de pequeño, observaba las floraciones primaverales a través de un cristal. Soñaba con» recobrar el tiempo perdido», «ir por el camino de Swann», o «charlar con las muchachas en flor». Proust amaba la naturaleza especialmente los espinos en flor y las florecillas silvestres de los caminos. Quería sentir el deseo de vivir al encontrarse con la belleza.

¿Que tendrán estos árboles que tanta emoción transmiten? ¿Será su fugacidad, su fecundidad o su armonía?

La belleza que encierra el cuadro de los frutales de Monet, donde la primavera se deja ver a través de las ramas de los mismos; la luz naciente que trasciende desde los almendros en flor pintados por Van Gogh. Recordemos que el dramaturgo Jardiel Poncela, a «Eloísa bajo un almendro la ubicó» y que Chejov en su obra «el Jardín de los cerezos», personifica la nostalgia de un tiempo lejano. Y precisamente un campo sembrado de melocotoneros es el protagonista de la película ganadora del Oso de Oro de la Berlinale en 2022, » Alcarràs» dirigida por Carla Simón.

¿Que tendrán estos árboles que tanta emoción transmiten? ¿Será su fugacidad, su fecundidad o su armonía?

Las cigüeñas hace tiempo que llegaron. Las abejas renuevan su ofrenda consumándose el milagro de la polinización. Los pétalos irán cayendo como lluvia sobre los caminos, que se irán pintando de blanco y rosa. Flores delicadas, añoranza del Edén. Es el prodigio de la primavera.

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