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Farmacia con arte

Una «astilla» muy singular

  • 10 diciembre 2022
  • María del Mar Sánchez Cobos
  • Tiempo de lectura 10 minutos

En la quietud de la noche, en aquel recoleto jardín, dormía y crecía una sencilla planta al compás de las campanas, rezos y cánticos que provenían de un importante monasterio. Sus flores eran blancas o violetas, sus semillas verdes o amarillas, unas veces lisas y otras rugosas.

El estudio del guisante común o Pisum sativum y su modo de reproducción por un monje agustino iba a representar la piedra angular en la que se basa toda una ciencia: la Genética.
Gregor Mendel nació en julio de 1822, hace ahora doscientos años, en Heinzendorf, República Checa. Joven muy inteligente y preparado para los estudios, había heredado de su padre, que era agricultor y granjero, conocimientos de jardinería e injertos de árboles frutales. Al ingresar como monje agustino en la Abadía de Brno encontró un ambiente intelectual y científico, amén de una gran biblioteca, una extensa colección botánica e instrumentos científicos. Así que, entre libros y rezos comenzó a realizar sus experimentos, creando híbridos de guisantes en el pequeño jardín de la abadía, fijándose en la semilla, la flor, la vaina y el tallo.

El estudio del guisante común o Pisum sativum y su modo de reproducción por un monje agustino iba a representar la piedra angular en la que se basa toda una ciencia: la Genética.

En 1866 formula los principios básicos de la herencia en un artículo titulado «Experimentos sobre la hibridación de plantas» estableciendo sus Leyes (Principios) de Mendel: de uniformidad, de segregación, y de combinación independiente. Aquí brotaría la idea de la existencia de una partícula trasmisora de la herencia, a la que hoy llamamos gen.

Este trabajo pasó desapercibido casi cuatro décadas, es lo que en la ciencia se conoce como «una bella durmiente». Y como tal, en 1900, el holandés Hugo de Vries, el alemán Carl Correns y el austriaco Erich von Tschermark la redescubrieron, despertándola para la comunidad científica. En ese momento nacía oficialmente la Genética, comenzando el desarrollo de la teoría cromosómica de la herencia; en 1941 se demuestra que el ADN es el portador de la información genética, y en 1953 Crick, Franklin y Watson descubren la estructura de la molécula de la herencia, el ADN, la famosa doble hélice de la que están compuestos los cromosomas. En 1990 se inició el Proyecto Genoma Humano, con el objetivo de cartografiar todos los genes del genoma humano y que permitirá diagnosticar un sinfín de enfermedades hereditarias y desarrollar terapias génicas. Una de las herramientas genéticas fundamentales es la tecnología llamada CRISP, una enzima que actúa como tijera genética molecular que corta, edita o corrige en una célula el ADN asociado a una enfermedad.

Hoy día el análisis comparativo del ADN nos está desvelando las migraciones de la humanidad desde sus comienzos. Por ejemplo, la mutación de un gen durante un periodo glaciar hace cincuenta mil años alteró la síntesis de la melanina, dando lugar a los pelirrojos, rasgo típico de celtas y vikingos, que posteriormente se expandió por el mundo. Está claro que cuando hablamos de los rasgos físicos la influencia hereditaria parece evidente. Cuando se trata de rasgos psicológicos, temperamento o talentos, la correlación no es tan clara. Actualmente la comunidad científica en su mayoría, está de acuerdo en que en nuestra personalidad, los factores genéticos y ambientales tienen el mismo peso.
Es el llamado peso de los genes. Hay dones y habilidades que se heredan y otras que no, y que dependen del entorno y de la cultura donde una persona crezca. De ahí que «de tal palo, tal astilla.”

En el ámbito farmacéutico este refrán se suele cumplir en muchísimos casos, dada la gran cantidad de sagas farmacéuticas, que durante siglos han ido heredando la pasión por la profesión. Pero hoy voy a hablarles de algunos personajes que criados entre albarelos y batas blancas, medicamentos y recetas, tomaron otros rumbos llegando a ser «unas astillas muy singulares”.

Hay dones y habilidades que se heredan y otras que no, y que dependen del entorno y de la cultura donde una persona crezca. De ahí que «de tal palo, tal astilla.”

Ampliamente conocida es la relación entre las diferentes carreras científicas. Existen muchísimos médicos, químicos o veterinarios cuyos progenitores son farmacéuticos. Entre ellos está el neurobiólogo madrileño Rafael Yuste. Uno de los científicos más influyentes del mundo. Su sueño de ser científico nació en la farmacia de su madre, Victoria Rojas, a la que solía ayudar en el laboratorio. Cuando tenía catorce años su padre le regaló el libro de Ramón y Cajal, “Los tónicos de la voluntad: reglas y consejos sobre la investigación científica”. Aquella lectura le impactó de tal forma, que le parecía maravilloso pasar las noches mirando por un microscopio y poder descubrir los secretos del cerebro. Estudió medicina especializándose en neurobiología. Afincado en Nueva York, en la Universidad de Columbia, es el principal impulsor del proyecto BRAIN. (Investigación del Cerebro a través del Avance de Neurotecnologías Innovadoras). El objetivo de estas investigaciones es la búsqueda de tratamientos para enfermedades como el Alzhéimer, el Párkinson, la esquizofrenia, la epilepsia o la depresión. Asimismo, Yuste está involucrado en la adopción de reglas éticas y la Neurotecnología ante el nuevo reto que supone la inteligencia artificial.

Las redes neuronales están sin duda intrínsecamente relacionadas con la memoria, la inspiración o el arte. El gran pintor del expresionismo abstracto Mark Rothko nació en una ciudad letona donde los inviernos son muy fríos y nieva con mucha frecuencia, Daugavpils. Esta población fronteriza albergó una gran población judía hasta la ocupación nazi. Entre ellos estaba la familia Rothkowith. El padre, Jakob es un intelectual farmacéutico que tiene que huir a Estados Unidos huyendo de las purgas cosacas. El niño que llega a EE UU en 1913 había presenciado escenas durísimas que lo marcaran de por vida y que influirán en su obra pictórica. A los veinte años decide consagrarse enteramente al arte. Tras la Segunda Guerra Mundial, Nueva York se convierte en el centro del arte mundial donde triunfaban las tendencias del surrealismo y la abstracción. Rothko, Pollock y de Kooning fueron sus más importantes artífices. Según la pintora Soledad Sevilla “las últimas obras de Rothko son maravillosas por su intensidad y la mística y emoción que trasmiten”. Vulnerable y solitario murió aquel niño que creció en una lejana botica, y que llegó a ser un extraordinario artista, cuyas obras se cotizan por millones de dólares.

Según la pintora Soledad Sevilla “las últimas obras de Rothko son maravillosas por su intensidad y la mística y emoción que trasmiten”.

Allá donde las meigas suelen esconderse, donde los ríos son rías, y las hortensias viven en los caminos bajo los castaños y junto a los campos de maíz, vino al mundo uno de los intelectuales más importantes que ha dado la tierra gallega: Álvaro Cunqueiro. Mondoñedo lo vio nacer una noche de relámpagos en diciembre de 1911. Su padre, Joaquín Cunqueiro, fue elegido alcalde y ejerció una gran influencia en su hijo. Era un hombre muy culto y muy bien relacionado y regentaba una farmacia situada en los bajos del viejo palacio del obispo, en cuya rebotica se organizaban tertulias en las que intervenían grandes prohombres de la sociedad local entre ellos médicos y canónigos de la ciudad episcopal.

Álvaro recuerda su infancia con mucho cariño, sus ratos en la rebotica y en la barbería de Manuel Ledo Bermúdez, en los que aprendió filosofía y música. Incansable lector y amante de las tradiciones bebió de las historias que su madre y sus niñeras le contaban. Entre sus obras hay una obra dedicada a su padre: “Tertulia de boticas peligrosas y escuela de curanderos”, en la que, según el propio autor: “va reunida mi ciencia boticaria, mi saber de farmacopea fantástica, desde la farmacia del castillo de Elsinor, la botica de la Meca, hasta la botica de los señores traductores de Toledo”.

Desde un antiguo condado inglés nos llegan noticias de otro escritor, Norman Lewis, que dio sus primeros pasos en la farmacia que su padre, Richard Lewis, poseía en Forty Hill, Middlesex. Escribió artículos de periodismo, libros de viajes, dos autobiografías y varias novelas siendo la más reconocida Nápoles 44, memoria de un oficial de inteligencia en la Segunda Guerra Mundial, que fue posteriormente llevada al cine.

Quien llevó una vida de película, con sus luces y sombras fue La Divina: María Callas. Una vida que, pese a sus éxitos, no fue fácil. Nació en Nueva York en el seno de una familia de inmigrantes griegos. Su padre era farmacéutico de profesión, George Kaloyerópulos, que al llegar a Manhattan decidió cambiar su apellido a Callas. Al separase sus padres, María volvió a Grecia y comenzó a estudiar en el conservatorio de Atenas. Su voz de soprano, su innata musicalidad y versatilidad, así como su talento dramático la hicieron triunfar en los grandes teatros de ópera del mundo.

Su padre era farmacéutico de profesión, George Kaloyerópulos, que al llegar a Manhattan decidió cambiar su apellido a Callas.

Para ella “cantar no era un acto de orgullo sino un intento de elevarse hasta esos cielos donde todo es armonía”. Su vida estuvo salpicada de escándalos. El más conocido fue su tormentosa relación con Aristóteles Onassis que supuso la ruptura de sus respectivos matrimonios. Más tarde Onassis la abandonó para casarse con Jacqueline Kennedy. Entonces la diva, que era muy propensa a tener achaques y enfermedades, cayó en una profunda depresión: “no debo hacerme ilusiones, la felicidad no es para mí”, comentó en alguna ocasión.

Uno de los directores de orquesta más importante del siglo veinte fue Sir Thomas Beecham. Lo consiguió gracias a la empresa farmacéutica que habían fundado su abuelo y su padre. Y singular fue el ascenso hasta los altares de la Beata Ana María Taigi, hija de un afamado boticario de Siena.

Y como dice James Watson: “Antes pensábamos que nuestro futuro estaba en las estrellas. Ahora sabemos que está en nuestros genes” !Gracias Señor Mendel!

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