La epilepsia es un trastorno crónico de la función cerebral caracterizado por la recurrencia de crisis epilépticas. Estas crisis pueden manifestarse de forma muy leve, como sacudidas involuntarias y breves de una extremidad, tics, o un estado de “ausencia” o sensación de aislamiento del entorno, o bien producirse convulsiones intensas en todo el cuerpo, finalizando incluso con la pérdida de conciencia del paciente.
El cerebro interpreta toda la información que llega al organismo, tanto del exterior como de sí mismo, y ordena las respuestas adecuadas a cada situación. Controla tanto los aspectos mecánicos de nuestro cuerpo, como nuestro pensamiento, y la percepción del entorno. Las células del cerebro, las neuronas, se comunican entre sí, y transmiten información a través de las fibras nerviosas al resto del organismo, generando pequeñas descargas eléctricas a una frecuencia determinada, que son el resultado de la entrada y salida de iones de las células. Este flujo de iones está regulado por distintos factores que lo estimulan o lo inhiben.
En las crisis epilépticas se produce una descarga neuronal anormal de alta frecuencia en una zona del cerebro, conocida como el foco epiléptico, que va a repetirse con el tiempo. Se trata de una situación crónica que puede tener diferentes causas (hereditaria, por falta de oxígeno cerebral, debida a un traumatismo o meningitis, etc). Puesto que cada parte del cerebro tiene una misión específica, es fácil comprender porqué las epilepsias van a tener manifestaciones diferentes dependiendo de la zona cerebral en que esté localizado el foco epiléptico.
Los medicamentos antiepilépticos actúan estabilizando la actividad eléctrica de los focos, impidiendo así la aparición de crisis. Esta enfermedad es aún hoy día, objeto de prejuicios sociales infundados y discriminación social y laboral. Si no existen otras limitaciones y responde adecuadamente al tratamiento, el paciente epiléptico puede llevar una vida completamente normal.
Tanto el paciente epiléptico como su entorno deben conocer las características de su tipo de crisis y la repercusión que puede tener en su actividad diaria, de forma que se tomen medidas de seguridad suplementarias si fuera preciso. Hay una serie de medidas que el paciente epiléptico puede tomar para minimizar el riesgo de aparición de crisis: no olvidar nunca la medicación, no beber alcohol ni consumir drogas, y llevar una vida ordenada, respetando los ritmos de sueño, reduciendo el estrés, realizando ejercicio físico y manteniendo una alimentación adecuada.
No lo olvide: Pregunte siempre a su farmacéutico. Él le informará sobre éstas y otras cuestiones relacionadas. Y recuerde que la intervención farmacéutica supone una elevada garantía en el proceso global de adecuación, efectividad y seguridad de los tratamientos con medicamentos.