La llegada de la primavera y del buen tiempo nos anima a disfrutar del campo, bien paseando, montando en bicicleta, en un campamento, o simplemente tumbándonos sobre la hierba. En otras ocasiones hemos visto los peligros de tomar el Sol sin protección, esta vez prestaremos especial atención a las picaduras más habituales: las de las abejas y las avispas.
La picadura más frecuente es la de la abeja. En este caso es sólo la hembra la que pica, dejando su aguijón en la herida, para posteriormente morir. La avispa posee un aguijón liso y puede picar numerosas veces. Estas picaduras constituyen un incidente sin peligro en la mayoría de las ocasiones. Localmente aparece una hinchazón dolorosa y blanca, rodeada de un halo rojizo. Todo vuelve a la normalidad en cuestión de pocas horas. En raras ocasiones se producen accidentes graves, y éstos dependen de la localización de la picadura, de su número o de la sensibilidad de la víctima más que de la toxicidad del veneno.
La picadura más temible es la que se localiza en la garganta o en la base de la lengua. Una picadura de este tipo produce un hinchazón en la parte posterior de la garganta, que puede llegar a obstruir totalmente las vías aéreas superiores provocando asfixia. En general las picaduras en la cara también pueden ser peligrosas. En cuanto al número, generalmente se admite que de 400 a 500 picaduras son mortales para un adulto, algo inusual si no es ante el ataque de un gran número de avispas o abejas.
Las características personales también influyen ante una picadura de abeja o avispa. Así, la respuesta ante una misma picadura puede ser bien distinta dependiendo de la persona. Algunos individuos particularmente sensibles presentan una grave reacción con sólo una picadura. Por el contrario, en otras personas puede existir una especie de inmunidad a las picaduras como se ha observado en los apicultores. Las reacciones tóxicas son sistémicas y suelen estar inducidas por picaduras múltiples, éstas se diferencian de las reacciones alérgicas por la mayor frecuencia de trastornos gastrointestinales, diarrea severa, incontinencia urinaria, mareos y hasta pérdida de la conciencia durante la crisis.
En cuanto al tratamiento, en el caso de una picadura simple, se intentará extraer el aguijón, con unas pinzas, lavar la herida con agua y jabón y aplicar un antiséptico ligero. Para atenuar el dolor y calmar el prúrito se pueden usar cremas antiinflamatorias. Ante una picadura grave el paciente debe ser controlado de inmediato por el médico, que decidirá en su caso remitirlo a un centro hospitalario.
No lo olvide: Pregunte siempre a su farmacéutico. Él le informará sobre éstas y otras cuestiones relacionadas. Y recuerde que la intervención farmacéutica supone una elevada garantía en el proceso global de adecuación, efectividad y seguridad de los tratamientos con medicamentos.